El tiempo manda y Miguel nos lo recuerda en este retrato. Natural de Aras y venido al mundo dos años antes de la guerra, pasó todas la penurias propias de la postguerra, aunque en su casa apenas pasaron hambre ya que su padre, el losillano, no fue a la guerra y pudo trabajar la tierra, las colmenas y vender algo de grano, de estraperlo, en las noches cerradas.
Miguel ha sido agricultor de nacimiento, ocasionalmente ha trabajado como jornalero para sumar en casa. Como varios vecinos del pueblo, se dedicó a las ovejas durante un tiempo, y acabó montando una carnicería que gestionó la familia durante 10 años. Hoy en día se le llamaría emprendedor, en esos años se trataba de buscarse la vida con lo que se podía. Desde la humildad de un hombre sin estudios, se atrevió y probó, siempre por mejorar la vida de su familia.
Sus contemporáneos cuentan de él que era un joven divertido, hasta un poco payaso, en el mejor de los sentidos. Cuentan que una vez de crío, llegó el circo al pueblo y él y sus hermanos pequeños hicieron el espectáculo con una mona para animar al público.
Nos cuenta su hijo Juan Carlos que cuando los mozos se iban a ir al servicio militar, era costumbre dedicarles una albada, en la que nombraban a todos los mozos de esa quinta.
La albada del año que Miguel fue quinto comenzaba así:
La quinta del 55
es la quinta del pistón,
antes de apretar el gatillo
sale fuego del cañón.
A Miguel el losillano
nombraremos el primero,
dicen que lo hicieron
debajo de un tapaculero.
Se casó con Teresa y tuvo tres hijos, todos chicos. Quitando los primeros años de casados, pasaron toda la vida en la casa familiar de la calle Parra.
Con los 90 que tiene sigue viviendo en la calle Parra y disfruta de sus hijos y sus nietos, mientras espera lo que sabe que está cerca y lo que el retrato nos recuerda.
Queremos agradecerle a Juan Carlos, uno de sus hijos, toda la atención y ayuda que nos ha dado, tanto en la visita al pueblo como por la complicidad en lo escrito en este texto sobre su padre Miguel.