Felipe fue el primero en aparecer para hacerse el retrato. No reside en el pueblo, pero se encarga de mantener la casa familiar. Hizo honor a la fama que tienen las gentes de estas tierras. Hombre hospitalario, nos regaló una caja de mantequilla dulce, típica de la provincia, que fue el deleite de nuestros paladares y cinturas, durante los siguientes días.
Hablamos de todo un poco, pero mayoritariamente, la conversación giró entorno al modelo industrial de la zona. Nos explicó que desde hace un tiempo se ha empezado a recuperar un oficio antiguo en el monte próximo, “el sangrado del pino resinero”, para la extracción de la trementina o resina, tan pegajosa como necesaria para la elaboración de colas, impermeabilizantes o disolventes, entre otros.
Según nos explicó, existían 4 o 5 licencias para explotar el monte y cada licencia tenía el derecho a 4 hectáreas de explotación. Mucho trabajo. Nos impactó mucho pasear por el pinar donde, los árboles “heridos” con cuidado por sabias manos, dejaban brotar su “sangre” de cristal pegajoso hasta unos recipientes negros, que en algún momento del año, se recogerían.
Esta recuperación de un oficio antiguo, contrasta con el cierre, durante las últimas décadas, de la gran mayoría de industrias del mueble que poseía Almazán, pequeña ciudad de referencia de la que dista Tejerizas en 4 kilómetros. De hecho, él mismo sufrió el cese de la actividad en la fábrica donde trabajaba.
Hoy día, nos cuenta, que trabaja en una empresa de reciclaje de papel en Almazán y que, desde la pandemia, reciben más pedidos que nunca, una buena noticia para la industria local y sus habitantes.